Tal vez, la violencia que azotó Perú en el cruel período de 1980 a 1992 durante la guerra interna con Sendero Luminoso, como toda existente, pueda permanecer invisible posteriormente con la angustiosa intención de avanzar.
Tal vez esta película haga recordar a muchos infames historias. Puede que a otros les haga más sensibles a la violencia sexual. También quizás puede que alguien espere encontrar esa parte de la anatomía femenina citada en su título.
Pero este es un relato de lo invisible, por lo tanto, no hay desnudos. Hay un tubérculo escondido en una vagina que para la protagonista, Fausta, significa protección contra una posible agresión sexual.
La directora de “La teta asustada”, Claudia Llosa, ha conseguido con su segundo trabajo, al igual que ya hizo con su ópera prima “Madeinusa”, multitud de premios internacionales como el reciente Oso de Oro a la mejor película en el Festival de Berlín.
El largometraje muestra con respeto la decisión de esta mujer peruana, contagiada de tristeza. El retrato psicológico de lo que en la tradición quechua se concibe como un ser sin alma (es el estado que se otorga a los bebés amamantados por ‘la teta asustada’) es muy completo si atendemos a la especial peculiaridad de la paciente.
En este caso, Fausta es consciente de que su decisión puede implicar riesgos; su salud se deteriora por los efectos de la patata que mantiene en su interior como escudo protector. Es evidente que a veces los mecanismos de autodefensa pueden llegar a ser dañinos.
Sin embargo, sólo ella se atreve a volver una mirada al pasado, mediante improvisadas canciones que su madre le canta para que mantenga de esta manera siempre presente la memoria de su tragedia.
La violencia y la memoria como tema centrales invisibles. También puede que así permanecieran hasta ahora para el público los trabajos de la antropóloga Kimberly Theidon, quien inspiró el guión con sus investigaciones de las violaciones y los maltratos sufridos por las mujeres andinas durante el conflicto interno. Estudios basados en las experiencias de las protagonistas, quienes confiesan que las violaciones masivas fueron una táctica común aquellos años. Como muestra de la magnitud del problema, el hecho de que en idioma quechua no exista una definición del verbo ‘violar’, ya que se usan otros términos más amables como ‘fastidiar’, ‘molestar’ o ‘abusar’.
Pero no hay que olvidar que esta es también la historia ficticia de una realización personal, la de Fausta, quien debe recorrer todo un camino de descubrimiento y liberación. Las manos rudas de un jardinero harán que florezca una esperanza para la joven, que debe regresar el cuerpo de su difunta madre a su pueblo natal.
La actriz Magali Solier da vida y voz a la tragedia, y consiguió elevar el dialecto quechua al escenario de la Berlinale. Un encuentro por fin con la visibilidad tan ansiada de las víctimas, que aún hoy conviven con la violencia que permanece invisible.
Versión en holandés
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