La elección de la paz siempre es algo arriesgada, porque supone una renuncia al primer instinto humano, la fuerza, en favor de una larga y no siempre fructífera conversación. Pero esta elección puede ser mucho más difícil aún si uno se encuentra en medio de un fuego cruzado. Esta complicada situación es la que viven cada día los campesinos que voluntariamente han escogido pertenecer a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, en la región del Urabá en Colombia, una de las más conflictivas del país.
Y al margen de tener que proteger con sus vidas esta loable postura que han escogido (en diez años han sido asesinados más de 150 de sus líderes), también se ven obligados a justificarse una y otra vez haciendo frente a todo tipo de calumnias y difamaciones. Dichas acusaciones recibidas no concuerdan con la versión de los que realmente viven en lo más profundo de la selva, donde no hay cámaras ni ojos humanos capaces de registrar tantos crímenes abominables; sólo hay vitales acompañamientos internacionales.
Emilio es parte de esa comunidad y ha viajado hasta Europa para presentar y conseguir distribuidores que den salida a los productos de la misma. Se pretende buscar solidaridad y apoyo político para que esta gente desplazada pueda seguir viviendo de manera autónoma. Debido a las trabas que el propio gobierno colombiano pone a dichas exportaciones, los miembros de la comunidad buscan en el Comercio Justo una manera de dar a conocer sus productos a la vez que su duro proceso de resistencia civil mantenido frente a la violencia.
El cacao y la banana sirven de excusa para propiciar una animosa charla con uno de los miembros de esta comunidad; Emilio es sólo uno de los cientos de ejemplos de valor y coraje que anidan en la selva colombiana y se resisten a vivir en una cultura de la violencia, en una sociedad desangrada por el narcotráfico y los machetes.
La existencia de la Comunidad de Paz se remonta once años atrás cuando se vieron obligados a adoptar este nombre ya que, poco después de su declaración de zona neutral, inspirados por Monseñor Isaías Durarte (asesinado posteriormente en Cali), el entonces gobernador de Antioquía, Alvaro Uribe, calificó dichas áreas de influencia paramilitar.
Ante tal duro revés estatal, los mismos campesinos optaron por la fórmula de la Comunidad de Paz, impidiendo así una nueva manipulación del término y siendo tajantes en lo que a la violencia se refiere: tolerancia cero. Se comprometieron a vetar el uso de armas en el seno de la comunidad y a no ayudar a ninguna de las partes de un conflicto que no les pertenece pero del que siguen siendo víctimas aún.
Han pasado algunos años desde entonces pero más han sido las matanzas que siguen impunes hoy en día eclipsadas por numerosos procesos judiciales que nunca son eficientes. Es más, la propia Comunidad de Paz es procesada a la par que se intenta esclarecer tantos crímenes, por supuestos lazos con la guerrilla, que inexplicablemente ha sido la culpable de muchas de las desapariciones de sus líderes. Mientras, en medio de este proceso aniquilador, se intenta esclarecer lo ocurrido en febrero de 2005, matanza en la que murieron de forma brutal cuatro menores de edad.
Es difícil entender cómo se pueden llevar a cabo dos procesos judiciales tan contradictorios, aunque no tanto si se bucea un poco más en las causas del conflicto. Y es que la delicada situación que atraviesa la población civil en esta zona se debe principalmente a dos motivos: Por un lado, la situación geoestratégica que ocupa, con importantes recursos naturales y la salida al mar. Por otro, la vocación social y política de oposición a un neoliberalismo feroz, demostrando que la convivencia con el entorno y entre los hombres puede estar basada en el respeto y la igualdad.
Es interesante ver cómo la Comunidad, a pesar de los desplazamientos y las reconstrucciones, trabaja en defensa de un tejido social roto hace tiempo. Por eso, sus pilares básicos son la educación, la sanidad, la vivienda y la alimentación, aspectos que por diferentes motivos el estado no garantiza en el corazón de la selva. Pero lo más admirable es el ahínco y la entereza de la comunidad a la hora de buscar la paz. Impresiona tal apego a la vida difícilmente descriptible a nuestros ojos, los que vivimos en paz y nos ahogamos en la cotidianidad, que esta población sigue manteniendo a pesar de tanta sangre derramada.
No menos desdeñable es la labor de acompañamiento que diversos colectivos internacionales llevan a cabo en la zona. De hecho, la mayoría de los asesinatos que se han producido se ha debido a la falta, por diferentes motivos, de este seguimiento internacional. Sin embargo, el número de víctimas, según los campesinos, podía haber sido altamente elevado de no existir este esfuerzo colectivo.
Parecen oírse campanas de cambio en Colombia, o al menos eso es lo que parte de la población civil busca emotivamente. Tras la liberación de la archiconocida Ingrid Betancourt, Uribe, contradictoriamente, parece más débil que nunca. Y esto es debido a que más allá de su cautiverio y aislamiento total en el corazón selvático, esta incansable mujer, convertida en un símbolo viviente, no se cansa de denunciar a la clase política colombiana por vínculos con el narcotráfico.
Recientemente conocíamos la denuncia de Human Rights Watch en Colombia. Acusan al gobierno de Uribe de dificultar investigaciones que acercan más a muchos de los congresistas y parte del equipo del presidente a las mafías del narcotráfico que a la población civil.
Esperemos que el silencio y la impunidad de los responsables de tantas muertes llegue pronto a su fin y que, allá en la selva, se zanje el exterminio que esta humilde y luchadora comunidad ha sufrido y sigue padeciendo aún hoy.
Instantánea de Jesús Emilio Tuberquia, quien poco después de ofrecer su ayuda para una entrevista que complementara la elaboración de este artículo, sufrió un intento de asesinato el pasado mes de Noviembre en San José. Afortunadamente, los paramilitares fracasaron en su intento, no sin antes coger información personal que puedan utilizar próximamente en su contra. NO A LA VIOLENCIA YA!!
Cuelgo la entrevista realizada a Emilio el pasado mes de Septiembre, donde el representante legal de esta comunidad denuncia la situación de exterminio que viven diariamente.
En Internet
- El pais
- Comunidad de Paz
- La prensa en el conflicto colombiano
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2 comentarios:
Me he quedado helada al conocer que Emilio, representante de la Comunidad de Paz de San José en Colombia, y quien amablemente me ayudo a reconstruir unos hechos tan dramáticos como los que su gente vive, sufriera un intento de asesinato hace unos días, en la profundidad de la selva. Este incidente me ha hecho reflexionar mucho...
Sólo le deseo una pronta recuperación (espero que el maletín que le robaron con información personal no pueda llegar a perjudicarle a él o sus allegados) y trasmitir su mensaje de paz al resto del mundo.
Espero que tantos y tantos crímenes dejen de seguir algún día impunes como son ahora con el gobierno de Alvaro Uribe.
increíble. y estoy convencida de q esta es la realidad de muchísima gente, en la que curiosamente se amparan los q defienden la violencia...la lucha por la libertad del pueblo al que ellos ni siquiera escuchan, por no hablar del tufo gubernamental.
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